Con flores, oraciones y un minuto de silencio, Japón recordó hoy a las víctimas de la catástrofe que hace seis meses asoló la costa noreste del país, donde los residentes luchan aún para rehacer sus vidas mientras avanza la reconstrucción.
El terremoto y el tsunami del 11 de marzo causaron 15.781 muertos y dejaron 4.086 desaparecidos, según los últimos datos, además de una crisis nuclear aún abierta y una gigantesca tarea de reconstrucción que necesitará unos 180.000 millones de euros en los próximos cinco años.
La tragedia fue recordada hoy con homenajes y ceremonias por las víctimas en municipios costeros como Ishinomaki, antaño una dinámica ciudad portuaria con numerosas fábricas que quedaron barridas por el tsunami.
Pese a la lluvia y niebla, cientos de personas acudieron al mirador sagrado de la colina de Hiyoriyama, engalanado hoy con flores, mensajes y dibujos llegados de todos los rincones del país.
Desde esta colina, que para muchos vecinos de Ishinomaki sirvió de refugio cuando llegó el tsunami, se avistan aún las toneladas de escombros acumuladas en el antiguo puerto, donde apenas quedan en pie una veintena de edificios.
La masa de agua destrozó con especial violencia la costa de este municipio, en el que murieron 3.168 personas, en tanto que 759 permanecen desaparecidas, 19.360 casas quedaron completamente destruidas y hay aún 1.477 refugiados en medio centenar de centros.
A las 14.46 hora local (05.46 GMT), el mismo momento en que hace medio año un seísmo de 9 grados Richter sacudía el noreste japonés, una caravana de coches y autobuses llenó el aparcamiento del recinto para recordar a las víctimas en silencio, entre lágrimas y con oraciones, mientras sonaba una sirena de emergencia.
Poco después comenzaron a retumbar los "taikos", tambores japoneses, desde una isla en medio del río que se adentra en la ciudad y que mostraba un gigantesco arcoiris creado con miles de mensajes de solidaridad llegados de todo el mundo y una palabra que destacaba sobre todas: "Imagine".
Como muchas de las localidades vecinas, Ishinomaki es hoy una ciudad con dos vidas: la de su casco urbano, menos dañado y que se esfuerza por recuperar su latido; y la de su costa, que, pese a los visibles avances en la limpieza, es todavía un páramo dominado por los graznidos de los cientos de cuervos que lo invaden.
Las grúas, las más de 6.100 toneladas de escombros en la zona y los coches apilados dan muestras de los trabajos del último medio año, durante el que se ha retirado gran parte del lodo y el barro y se han recuperado calles que poco a poco vertebran de nuevo ese área.
A pie de calle apenas se llega a distinguir la planta de las casas, mientras que hay numerosos cementerios que aparecen como un amasijo de lápidas superpuestas y toneladas de tierra removida.
Muñecos, fotos, motocicletas, extintores o recuerdos se apilan en los márgenes del camino que atraviesa los espacios aún sin recuperar y campos de tierra fresca allanados por las apisonadoras.
"Aunque todavía queda mucho trabajo por delante, el progreso es visible paso a paso", aseguró a Efe Asyouin, un joven monje budista de Osaka que trabaja como voluntario en Ishinomaki y que acudió a esta ciudad por tercera vez desde el desastre.
Asyouin es uno de los cientos de voluntarios que trabajan en la zona, que, como recuerdan distintas ONG, necesita constantemente de nuevas manos para mantener el ritmo de la reconstrucción.
Entre las que trabajan en la zona se encuentra la organización Peace Boat, que desde la catástrofe ha movilizado a unos 5.500 voluntarios y que en la actualidad se lamenta de que, tras el verano, ha descendido el número de personas dispuestas a ayudar sobre el terreno.
"Seis meses después, podemos decir que hemos subido un peldaño en la reconstrucción. Las condiciones han mejorado y hay menos necesidades, ya que hemos pasado de un estado de emergencia a labores para mejorar las zonas públicas y la industria", indicó a Efe Maho Takahashi, una de las portavoces de Peace Boat.
Esta ONG se concentra en Ishinomaki, donde desde el 11 de marzo han limpiado más de un millar de edificios y han repartido 88.000 comidas calientes en 25 refugios, mientras que decenas de otras organizaciones se han volcado en otras localidades arrasadas de la zona.
Pese a la labor de los voluntarios, las autoridades municipales se quejan de la lentitud del Gobierno central a la hora de gestionar los fondos para la ayuda y de que, seis meses después, el futuro de miles de refugiados es aún una incertidumbre