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La despensa del futuro
Año 2011: la población mundial roza los 7000 millones de seres humanos. Año 2050: la cifra se sitúa en más de 9000 millones. ¿Cómo alimentar, con técnicas de cultivo que demasiadas veces recuerdan al siglo XIX, a todo un planeta que tiene recursos naturales limitados, que crece exponencialmente y que podría padecer hambrunas de proporciones bíblicas si no se buscan alternativas? La solución: la reinvención de los cultivos, de la crianza animal, de la alimentación; emplear fórmulas revolucionarias, creativas, diseñar tecnologías que hace tan sólo una década hubieran sido consideradas ciencia ficción; y utilizarlas pronto, aquí y ahora, inteligentemente y con eficacia. “La despensa del futuro”, el documental BBC que ofrece esta semana Treinta Minutos, rastrea a lo largo y ancho del planeta soluciones valientes que ingenieros, empresarios, agricultores, criadores de animales y científicos con visión a largo plazo están implementando.
Un ejemplo sencillo: hace medio siglo, la mayor parte de los vegetales que se consumían en el Reino Unido procedían de la campiña británica. La situación cambió progresivamente: en el presente, la producción de frutas y verduras se importa masivamente, no ya de Holanda, España o Italia, sino de Tasmania, América del Norte o Kenia. Durante todo el año en los supermercados ingleses hay productos frescos, al margen de la temporada o de la estación; sin embargo, muchos se cuestionan si esta variedad vegetal ilimitada y perpetua será sostenible en el futuro. En la población de Todmorden, en el condado de Yorkshire, se han puesto manos a la obra para buscar alternativas: no es que existan allí huertas en las tierras que circundan el pueblo; es que los lugareños han convertido cada centímetro de tierra cultivable del casco urbano en una huerta en sí misma: en la estación de tren se cultivan especias; en el pub, grosellas; acelgas, en el antiguo consultorio; judías en los jardines públicos; peras y manzanas en el patio del colegio. Todmorden es tan sólo una gota de agua en el océano, pero lo cierto es que los habitantes de dicha población son autosuficientes, vegetalmente hablando.
Otra idea: el modelo de explotación ganadera de vacas destinadas al consumo de carne se basa en una alimentación de las reses que consume alrededor de un tercio de los recursos de pastos mundiales, lo que significa asimismo la ocupación de un tercio de las tierras de cultivo. ¿La solución? Introducir variantes de ganado que necesiten menos reservas de comida para el engorde, sin recurrir, obviamente, a técnicas artificiales potencialmente nocivas para el ser humano.
En el otro extremo del mundo, en la India, la denominada “revolución verde” de la región del Punjab cambió la faz del país en los años 60: nuevas técnicas de cultivo basadas en sistemas intensivos agrícolas, asó como la combinación de nuevas variedades de cereales como el trigo y el arroz, no sólo acabaron con el hambre en vastas regiones del país, sino que sirvieron de inspiración para que se autoalimentaran varios países del entorno. La inquietante incógnita que surge es si ese modelo seguirá siendo válido más allá de 2025; si las cosechas siguen los niveles actuales, se necesitarán tierras cultivables del tamaño de Brasil para asegurar la comida de la población mundial. Sólo hay una solución: alimentos modificados genéticamente. “La despensa del futuro” explica algunos de los avances punteros en este campo de los transgénicos, avances que tratan de combinar conceptos como seguridad y confianza con un espectacular incremento de la productividad y resistencia frente a las plagas.
Más ideas: conseguir que el reciclaje de basura orgánica, de comida desechada, se convierta rápidamente en parte del ciclo productivo; en definitiva, de la cadena alimentaria. Las denominadas “plantas de digestión anaeróbica” no son sino gigantescos estómagos artificiales, ciclópeas maquinarias de procesado, conformadas por toneladas de restos de comida; bien reutilizadas y reprocesadas, esas toneladas procedentes de una pequeña planta en el Reino Unido pueden producir electricidad para proveer a más de 700.000 hogares y, más aún: pueden usarse como fertilizantes para cubrir una zona cultivable de más de 300 hectáreas.
Más radicales aún son las propuestas de científicos como el profesor norteamericano Dickson Despommier: ¿por qué basar únicamente los cultivos en extensiones horizontales, las tradicionales huertas? ¿Por qué no recurrir a un diseño vertical, en altura? Despommmier ha diseñado granjas verticales, vertiginosos invernaderos construidos e implementados en las tripas de los enormes rascacielos que coexistirían con las áreas habitables de los mismos; estos cultivos estarían mimetizados dentro de un entorno urbano, y además, al estar cubiertos y protegidos de las inclemencias del tiempo, los vegetales resultantes podrían cultivarse durante todo el año. La idea, todavía en desarrollo, si triunfara, permitiría que cada gran urbe del futuro, cada ciudad repleta de rascacielos, contuviera dentro de estas arterias verticales de hormigón, un auténtico vergel alimentario.
Por último, “La despensa del futuro” muestra cómo funcionan los espectaculares cultivos “acuapónicos”: sorprendentes invernaderos donde los vegetales se crían sin necesidad de tierra, sustentados únicamente sobre el agua, dentro de la cual se diluyen los sustratos necesarios.