La tarde se ponía en Colmenar Viejo, el sol llegaba a su ocaso como un funesto presagio de lo que el destino le tenía deparado a José Cubero, El Yiyo, un joven torero llamado a liderar toda una generación de no haberse cruzado en su camino Burlero, el toro que le arrebató la vida, hace ahora 30 años.
Cuentan que El Yiyo, que había sido contratado para cubrir la baja de última hora de Curro Romero, estuvo sensacional con aquel sexto toro de la ganadería de Marcos Núñez. Una faena antológica, de esas imborrables para la retina de los buenos aficionados, que en cuestión de minutos pasaron del clamor al llanto.
Tenía las dos orejas aseguradas, a expensas de la espada, que entró hasta la empuñadura al segundo intento, pero Burlero, herido de muerte, pegó un arreón como último estertor, alcanzándole por la espalda, lo que hizo que perdiera pie,y, ya en el suelo, le prendió por la axila, levantándole y dejándole suspendido en el aire al tiempo que el pitón resquebrajaba su joven corazón.
"Pali, este toro me ha matado", fueron las últimas palabras del Yiyo a su peón de confianza antes de que sus ojos buscaran el infinito y su vida expirase definitivamente. No pudieron hacer nada por él, entró ya muerto en la enfermería, donde sólo confirmaron la defunción. El príncipe de la eterna sonrisa se había ido para siempre con tan sólo 21 años.
La noticia corrió como la pólvora. Los aficionados se agolpaban en los aledaños de la plaza, incrédulos ante las informaciones que provenían de la enfermería, donde sus compañeros de cartel, Antoñete y José Luis Palomar, y su cuadrilla lloraban desconsolados, mientras su padre, Juan, roto de dolor, confirmaba lo que ya era una triste realidad: "Un toro ha partido a mi hijo, me lo ha quitado".
Un palo tremendo también para su apoderado, Tomás Redondo, que no llegó nunca a superar tan importante pérdida, suicidándose años después, en 1989, en su domicilio de la plaza de Los Mostenses, en Madrid.
Dentro de tres días, el 30 de agosto, se cumplen tres décadas de aquella tarde que conmocionó a una España, la de los 80, que aún no se había recuperado de la muerte, once meses antes, de Paquirri en Pozoblanco, corrida de la que, precisamente, fue partícipe el propio Yiyo, llegando todavía a rematar al toro que acabó con la vida del torero de Barbate, el célebre Avispado. ¿Maldición o destino?.
El caso es que la muerte del joven torero del madrileño barrio de Canillejas, aunque nacido circunstancialmente en Burdeos, copó las páginas de todos los diarios nacionales e, incluso, internacionales, ya que desde México, Colombia y Venezuela también lloraron la muerte del Yiyo, a quien consideraban, asimismo, una figura del toreo en ciernes.
Su adiós fue multitudinario, lo que denotaba la ilusión y las esperanzas que los amantes de la fiesta brava tenían depositadas en él, a quien veían como su nuevo elegido, un superdotado de la primera promoción de la Escuela Taurina "Marcial Lalanda" de Madrid, proclamado príncipe del toreo, al igual que sus compañeros de promoción Julián Maestro y Lucio Sandín.
Miles de personas hicieron cola para visitar la capilla ardiente del joven Yiyo, amortajado por su mozo de espadas, Juan Bellido "Chocolate", con el traje burdeos y azabache que lució en su última tarde en Las Ventas.
Una plaza, su plaza de Madrid, en la que descerrajó la Puerta Grande en dos ocasiones (1981 y 1983) y cuya afición quiso rendirle también un último homenaje, sacando su féretro a hombros por última vez pocas horas antes de recibir sepultura en el cementerio de La Almudena, desbordado también por una legión de partidarios.
Burlero le arrebató la vida aquel 30 de agosto de 1985, pero el recuerdo del Yiyo permanece imborrable, más ahora que se acerca una nueva edición de la feria taurina de Colmenar Viejo (Madrid), donde sus hermanos, Juan y Miguel, ambos también toreros, jamás han vuelto a actuar. Señal de luto y respeto hacia un hombre que cambió ser príncipe por convertirse en un ángel del toreo.
(EFE:Javier López)