"Whitney", el documental sobre Whitney Houston que acaparó titulares en el pasado festival de Cannes, llega hoy a la gran pantalla con el aval de la familia de la artista y una polémica conclusión: hubo una razón de fuerza que explica la férrea adicción a los estupefacientes que la llevó a la muerte.
"Enfoqué este documental a nivel humano para entenderla. Era una persona difícil e hice lo que pude, porque podría haber seguido tres años más y me hubiera vuelto loco", afirma el director de la cinta, Kevin Macdonald, en una charla con Efe en la que reconoce que en origen no le interesaba el proyecto. "Si hubiera visto entonces esta película, habría sido diferente", añade.
En las dos horas de duración de "Whitney", confluyen un primer y largo tramo con la apariencia de clásico recorrido biográfico por la vida y obra de una voz de oro que "se clavaba en el corazón como una jeringa" y que, desde su nacimiento en el seno de una estirpe de gargantas privilegiadas, parecía predestinada al triunfo.
Houston (Newark, 1963) no solo se mantiene hasta la fecha como la intérprete femenina más galardonada de todos los tiempos, con seis premios Grammy en su haber, sino también como la que durante más semanas copó las listas de éxitos, sobre todo por el inconmensurable éxito de la película "El guardaespaldas".
Encumbrada definitivamente a través de canciones como "I will always love you", un auténtico maremoto internacional (no faltan guiños mediáticos llenos de humor al respecto en la cinta), la cantante y actriz se convirtió tras su papel coprotagonista junto a Kevin Costner en la novia de América, una novia negra en una posición de superioridad que mantenía un idilio con el galán blanco.
La cuestión racial está presente en el documental en varios momentos, como cuando se detiene en los abucheos del mundo del r&b, que no veía con buenos ojos los intentos de la industria musical por "blanquear" a fuerza de "hits" pop la carrera de su vellocino dorado.
"No culparía a la industria. Su madre, su tía... muchos miembros de la familia estaban en el negocio y sabían que, para tener éxito, tenían que adaptarse y darle lo que quería. A Whitney le gustaba esa música, aunque no tanto como el góspel", subraya el director del filme.
A este respecto se incluyen algunos documentos audiovisuales de la época, grabaciones íntimas en las que, por ejemplo, se ve a Houston arremeter contra la mismísima Janet Jackson por el tipo de música con la que la "hermanísima" le pisaba los talones.
Esto es posible gracias al beneplácito de su entorno, empezando por la mismísima Cissy Houston, madre y mentora, que participa en el documental con su testimonio, al igual que sus hermanos, sus cuñadas, sus asistentes y hasta el vapuleado Bobby Brown, su exmarido, al que durante años se señaló como causante único de su descenso a los infiernos.
El rapero ya fue exonerado en parte en el documental de Nick Broomfield y Rudi Dolezal, "Whitney: Can I Be Me" (2017), que le atribuía más bien el papel de acelerante en un proceso de degradación mutua y se fechaba en una época relativamente temprana, casi de niñez, los primeros escarceos de Houston con las drogas por culpa del entorno depauperado de New Jersey en el que se crió.
Frente a esa cinta, que ahondaba mucho más ampliamente en las repercusiones de la bisexualidad silenciada de Whitney y su compleja relación con su asistente y amiga, Robyn Crawford, el nuevo documental intenta ir más allá y, cuando aparentemente enfila su broche final, vira hacia un segundo tramo en el que arroja sus propias conclusiones.
Cogidos por pinzas, bajo la tesis de que gran número de adictos ocultan un pasado de abusos, algunos testimonios refrendan la teoría y se atreven a ofrecer por primera vez un nombre del entorno de la estrella causante de su caída en desgracia.
Fuera de la cuestión más polémica, amén de otras, como la de redescubrir una vez más una industria descarnada que prefirió mirar hacia otro lado para no matar a la gallina de los huevos de oro, uno de los grandes valores de "Whitney" es dar su lugar a la otra gran sufridora del martirio, el de su hija, Bobby Kristina.
Para Macdonald, "(Whitney) no fue un juguete roto, sino una víctima de determinadas actitudes ante la raza, la sexualidad y el abuso".
"Quise hacerla más empática y al final creo que entendí las fuerzas que la destruyeron", apostilla.