Raphael imparte una lección de supervivencia en Madrid

raphael_21324
Raphael |Archivo

Hay artistas que no saben respirar fuera del escenario, que se ahogarían si no estuvieran bajo los focos y a los que un aplauso de sus fans les da la vida. Raphael es uno de esos supervivientes y esta noche ha llenado el Teatro Compac, en la Gran Vía de Madrid, en el primero de los 20 conciertos que dará en la capital.

"Qué maravilloso estar de nuevo en casa, una vez más, un año más, y todos los que vengan detrás", ha dicho el artista, que a sus 71 años cierra un curso notable dentro de una carrera acostumbrada a las piruetas y los giros sorpresivos.

En 2014 ha publicado el disco De amor & desamor, reinterpretación sinfónica de sus éxitos, con él ha vuelto a la carretera en una gira repleta de llenos y con una insólita y triunfal parada en el festival indie Sonorama Ribera.

Ahora afronta el tramo final del año con un particular maratón de conciertos madrileños, hasta veinte, y no ahorra balas en la recámara: más de dos horas y media con más de treinta canciones duró el recital en Gran Vía, un despliegue artístico ante el cual temblarían algunas estrellas de última generación y, a la vez, una concesión sólo apta para los más acérrimos fans de Raphael.

De negro de pies a cabeza ha salido con calma al teatro, como quien va a regar las flores del jardín, mostrando una sonrisa que no ha borrado en toda la noche, quizá porque no ha encontrado motivos para ello: en pie le ha recibido un público rendido sin condiciones ni negociación previa a su ídolo.

Con fuerza ha comenzado el concierto con Si ha de ser así aunque Mi gran noche ha sido el primer dardo certero, la primera invitación a la fiesta, antes de que una muy aplaudida Provocación presentara el típico sello baladista del cantante.

No se anda con florituras ni Raphael, que ataja hacia la emoción de su público por el camino del exceso con su voz poderosísima y señorial, que apenas se resiente con el paso del tiempo.

También en lo teatral sigue siendo inconfundible con su personal catálogo de poses. Miradas al horizonte, chaqueta al hombro, brazos abiertos, sonrisas del galán, aire afectado del perdedor, gestos estilizados con las manos, dramatismo hasta la exageración, juegos con sombreros invisibles... Incluso se ha arrancado con un baile flamenco y ha charlado con un amigo imaginario.

Raphael ha presumido de tener "un repertorio amplísimo" y esta noche ha tenido tiempo de tontear divertido con el jazz (estupendas Maravilloso corazón y Despertar al amor) o de rozar el rock (Estuve enamorado). Los momentos mas aplaudidos han correspondido a las canciones más apasionadas, como Yo sigo siendo aquel, con imágenes en blanco y negro del artista de fondo, uno de los instantes más expresivos de la noche.

A cada arrebato de Raphael, su público saltaba como un resorte con incontables aplausos de pie y gritos encendidos. Con su apelación al exceso y la nostalgia, Raphael hace en ocasiones equilibrios sobre la fina línea que separa la fidelidad a un estilo y la autocaricatura; la misma frontera que limita la identidad inequívoca de un artista de su parodia involuntaria.

Pero poco se le puede reprochar al show de anoche, sólido y sin grietas, acompañado por una banda muy competente. Una emocionante versión de Gracias a la vida (confesó que es una canción fetiche) brilló en la parte más íntima.

En carne viva marcó una nueva cota en la rampa final y tendrán que pasar varias décadas para que Escándalo no desate el entusiasmo del público. Después, un cristal ha saltado en mil pedazos (literalmente) con un Raphael con máscara de actor en Frente al espejo.

"Desde hace tiempo vivo en Madrid así que esta es mi casa. Volveré siempre que ustedes quieran", ha dicho el artista, y una espontánea ha gritado ¡Siempre!. Con ese deseo y Como yo te am", se ha bajado el telón de una velada en la que Raphael ha querido mostrar que le queda mecha para rato y pobre del que algún día intente bajarle del escenario.