El argentino Marcelo Piñeyro ha vuelto a indagar en las emociones más profundas del espectador con "Ismael", una película amable en la que un niño de ocho años es capaz de agitar lo suficiente las "cápsulas emocionales" en las que viven sus padres y su abuela hasta que se rompen y desaparece el miedo.
En una entrevista con Efe en Madrid, donde se halla el director y los actores principales para promocionar esta cinta que se estrena el día de Navidad, Piñeyro ha detallado que "Ismael" va, sobre todo, de "cómo a veces, a los que más queremos es a los que más dañamos".
"Es verdad que las relaciones familiares han estado siempre en otras de mis películas como 'Kamtchatcka' y 'Las viudas de los jueves', pero nunca tanto como en 'Ismael'", reflexiona el director argentino de nacionalidad española, que tiene un Goya por "Plata quemada" (2000) y otro por el guion adaptado de "El método" (2006).
Ismael (Larsson Do Amaral), un mulato de ocho años, huye de su casa en Madrid para buscar a su padre biológico, Félix (Mario Casas), que desconoce su nacimiento, y se presenta en Barcelona, en una dirección que robó del remite de una carta que su madre (Ella Kweku) había conservado a escondidas, pero allí solo vive su joven abuela (Belén Rueda).
Explica Piñeyro que la película "habla de un grupo de adultos que están encapsulados emocionalmente, con un cierto confort, pero sin angustia, y de cómo un niño, con su inocencia, provoca que las cápsulas choquen y se rompan, quedando todos expuestos a sí mismos y enfrentados a los otros".
La acción ocurre en poco más de 24 horas en un hotel que parece parado en el tiempo, de difícil acceso y muebles cubiertos, donde la única caldera capaz de transmitir un poco de calor está estropeada; metáforas, admite Piñeyro, que son "un modo de exteriorizar, de hacer visible el interior de estas personas".
"Esa noche insomne sirve para que todo lo que creían emocionalmente muerto lo vean vivo, y eso les abre la posibilidad de mover ficha, de avanzar en un territorio incierto donde la posibilidad de ser feliz ahora sí existe", resume.
El director, que se reconoce en todos los personajes, añade que hacer la película, en la que ha empleado los últimos cuatro años, también le agitó. "Somos seres totalmente imperfectos", filosofa y se muestra encantado de haber trabajado con unos actores que "superaron su mayor fantasía".
"Lo que hace Belén con Nora es conmovedor: cómo se despoja de las capas, cómo empieza a descubrir su 'emocionalidad', a veces comportándose como una adolescente".
Y no lo dice en vano, porque tanto Rueda como Casas, en quienes reposa la película, junto al hallazgo de Larsson Do Amaral, un portento de naturalidad, se salen de sus estereotipos y seducen como nunca: ella con su versión más gamberra, y él, con la más adulta.
"A nosotros nos gusta que nos expriman; al fin y al cabo, cuentas una historia en hora y media que resume lo que te ha pasado en toda una vida, y en este guion todos los personajes sufren un cambio, un cambio creíble", enfatiza Belén Rueda, Goya por su debut en "Mar adentro".
"Desde que empieza la película sabes que todos, aunque no lo cuenten, necesitan que algo cambie. Piensan que su vida es perfecta, pero, si insistes un poquito -explica-, todos quieren cambiar y, hasta que no llega un niño de ocho años con su ingenuidad y les muestra la maravilla que es vivir, no reaccionan".
Casas advierte al público "que le conoce" en otros registros de que van a olvidarlos en un segundo, porque "desde el primer minuto, cuando aparece este niño, la película te atrapa y sólo quieres saber, y no sabes por qué, pero necesitas seguir viendo qué pasa al día siguiente; eso es lo que hace Marcelo", apunta el protagonista de "Tres metros sobre el cielo".
Juan Diego Boto interpreta al marido de la madre del niño, un hombre atípicamente paciente y generoso, capaz de "dar a esa mujer el espacio que necesita".
"No se por qué existe esa extraña dificultad para decirse las cosas. Todos tenemos algo que vamos postergando decir a nuestros padres, a la pareja, y lo guardamos hasta que lo más fácil se desencaja", reflexiona Boto.
Sergi López, que es en la cinta el mejor amigo de Félix y una especie de Pepito Grillo para Nora, opina que la película habla "del misterio de estar vivo, de quererse".
"Todo el mundo tiene capacidad de amar, pero la mayoría se lo monta mal", considera y agrega que "las familias también tienen esto, que se construyen como pueden y no siempre son genéticas".