Intérprete de canciones que forman parte del patrimonio popular francés, enorme figura mediática, estrella musical y del espectáculo, Johnny Hallyday, el hombre que importó el rock al país de la "chanson" francesa, falleció hoy a los 74 años de edad víctima del cáncer de pulmón que padecía.
Ningún rincón del país permaneció ajeno a la pérdida de un monumento nacional, desde el palacio del Elíseo -donde el presidente, Emmanuel Macron, fue alertado a las dos de la madrugada de la noticia- hasta el más humilde hogar del país, donde cada ciudadano tarareaba algún tema que hizo grande su voz poderosa.
Fue su cuarta esposa Laeticia, 32 años menor que él, la mujer con quien pasó los últimos años de su vida, incluido el calvario de su cáncer, quien hizo pública la noticia en un comunicado.
"Hasta el último instante plantó cara a esta enfermedad que le corroía desde hace meses, dándonos una lección de vida extraordinaria", escribió la viuda, admirada por una vida entregada "a la escena, a su público, a quienes le adulan y le aman".
"A través de las generaciones, se incrustó en la vida de los franceses", reaccionó enseguida el jefe del Estado, el primero en abrir la catarata de reacciones a la que siguió al unísono el mundo del espectáculo, de la cultura y de la música.
La localidad de Marnes-la-Coquette, en la periferia oeste de París, donde pasó sus últimas horas, se fue llenando de incondicionales ávidos de rendir un último homenaje a su ídolo, mientras el país prepara un gran homenaje nacional en cooperación con la familia.
Nadie quedó indiferente a la figura de un cantante que en los años 60, cuando en la Francia del general De Gaulle reinaba la "chanson" a ritmo de acordeón, elevó a los escenarios la guitarra eléctrica de su admirado Elvis Presley, toda una revolución en el panorama conservador de la época.
Su música, su forma de vestir, su rebeldía juvenil, sacudieron a toda una generación con su potente voz, que con el paso de los años fue incorporando nuevos tonos, el blues o las baladas ligeras, para marcar medio siglo de la música francesa siempre subido a la cresta de la ola.
Cada nuevo disco era un evento, hasta superar los 100 millones de copias vendidas, cada concierto la garantía de un llenazo por muy grande que fuera el aforo, hasta superar los 30 millones de espectadores.
Francia adoraba a Johnny, que supo mantenerse actual, adaptarse al paso de los años hasta arrastrar a cuatro generaciones de adeptos, grabar más de 1.000 canciones y coleccionar todos los premios posibles.
Las televisiones detuvieron sus programaciones para repasar su vida, al igual que las radios repetían sus éxitos e internet y las redes sociales se llenaban de homenajes.
Nacido en París el 15 de junio de 1943, Jean-Philippe Smet, su verdadero nombre, fue abandonado por su padre, actor belga.
Su madre, empleada francesa de una quesería de París, no pudo encargarse de él en su infancia, por lo que creció en el hogar de una prima suya y de su pareja, el bailarín estadounidense Lee Halliday, a quien siempre consideró su padre.
Junto a ellos vivió en Londres, donde aprendió la estética de James Dean, del twist y de tantos iconos importados de Estados Unidos que se convirtieron en su seña de identidad.
Johnny se entregaba en los conciertos y así atrajo a todos los públicos, desde la Francia más acomodada a la más humilde.
Su popularidad no se resintió por su compromiso político con la derecha -apoyó a los presidentes conservadores Valéry Giscard d'Estaing y Nicolas Sarkozy y fue muy cercano a Jacques Chirac- ni por sus continuos conflictos con el fisco, que le llevaron a fijar su residencia primero en Suiza y más tarde en Estados Unidos para pagar menos impuestos.
En los últimos años de su vida el país admiró también su combate contra el cáncer, que afrontó subido a los escenarios, sobre los que se mantuvo hasta el pasado verano, hasta que su salud se degradó de forma definitiva.
El papel couché se hizo eco de su matrimonio con Sylvie Vartan -de la que nació su hijo David-, con Élisabeth Étienne, de su romance con Nathalie Baye -con quien concibió a Laura-, de sus dos bodas con Adeline Blondieau y de la definitiva con Laeticia, junto a quien adoptó a Jade y Joy, dos huérfanas vietnamitas.