Flaco favor el que se hizo ayer al rejoneo en la Plaza de las Ventas. En la cuarta de San Isidro el sacrosanto ruedo de la catedral del toreo se convirtió en un simple picadero con esa manía que tienen algunos jinetes de calentar los caballos antes de que salga el toro.
En la 4ª de San Isidro se convirtió el digno espectáculo del rejoneo, el admirable toreo a caballo, en un circo ecuestre con ejercicios que nada tienen que ver con aires de alta escuela.
Si el toreo a pie es cargando la suerte, a caballo es yéndose al pitón contrario, hecho que no se produjo.
Las pasadas al pitón de salida se sucedían y el respetable, que debería saber lo que ve, las aplaudía como si de alardes se trataran.
Lo lamento, pero no. Eso no es rejoneo. Respeto a Andy Cartagena por muchos motivos, pero no me vale que se me diga que lo suyo es lo que le gusta al público.
A este hay que darle nobleza. Sus ovaciones ocn saludos no tuvieron más mérito que la voluntad de agradar, pero no de torear.
De Manuel Manzanares, ni hablar. Tiene una magnífica cuadra, la mayoría con el hierro de Pablo Hermoso, pero no le saca provecho. Si no fuera por el apellido que le precede, no estaría en San Isidro. Y, vista su actuación, no justificó estarlo. Silencio en ambos.
Sergio Galán realizón lo único destacable del festejo en el quinto. En un encuentro a una mano y en otros dos a dos manos, en los que el jinete conquense se la jugó para hacer méritods de oreja, que perdió tras el fallo con el definitivo.
Y todo en una tarde en la que el palco prevaricó, es la opinión de Miguel Ángel Moncholi, consintiendo clavar más banderillas de las que permite el artículo 88.5 del reglamento taurino, convirtiéndose así en director de pista de un circo que poco o nada tuvo que ver con el rejoneo.