Hace exactamente 300 años, en los albores de la dinastía borbónica, comenzó la construcción de uno de los edificios más emblemáticos de Madrid, una infraestructura mastodóntica que a lo largo de sus tres siglos de vida ha pasado de centro militar a espacio cultural: el cuartel del Conde Duque.
En 1717, Felipe V encargó al arquitecto Pedro de Ribera el diseño de un enorme complejo que vendría a introducir las nuevas tendencias francesas de construcción militar y serviría como modelo para toda una tipología arquitectónica, totalmente novedosa a ojos de la tradición española.
Miguel Lasso de la Vega, profesor de Arquitectura en la Universidad Europea de Madrid (UEM) y coordinador de una monografía sobre el cuartel publicada en 2011, explica a Efe que el Conde Duque se trata del "mejor ejemplo en toda la región" de los nuevos prototipos importados de Francia por los Borbones.
En el momento de su gestación, el Conde Duque cumplió un doble cometido: por un lado, representó una de las primeras exhibiciones de fortaleza y dignidad realizadas por el nuevo linaje monárquico en la capital, pero sobre todo constituyó el primer paso hacia una renovación del ejército español que lo convertiría en una entidad más centralizada.
Ribera, en efecto, siguió las pautas de racionalidad y funcionalidad ordenadas por Felipe V, aunque "no tanto como desde las altas instancias de la Corona se hubiera deseado", precisa Lasso de la Vega, ya que no dejó de lado la estética propia del barroco madrileño.
Destinado al alojamiento de la Real Guardia de Corps y dotado, inicialmente, de capacidad para 600 soldados y 400 caballos, el cuartel comenzó a ocuparse hacia 1725, aunque las obras no se dieron por finalizadas hasta 1753 y el proyecto original de Ribera jamás llegó a concluirse a causa de una serie de dificultades financieras.
El resultado, señala Lasso de la Vega, fue un cuartel agradable para las tropas, que reproducía "la experiencia francesa de crear recintos cerrados, cómodos e higiénicos" y presentaba una inteligente y moderna distribución de los espacios según sus usos.
La imponente fachada del complejo se reservó a la exaltación del poder monárquico, mediante un conjunto de guirnaldas, trofeos, símbolos militares y, como remate, un gran escudo de la Corona que introducía los emblemas borbónicos.
Durante décadas, el Conde Duque se mantuvo como el principal cuartel de la capital, sobreviviendo a la ocupación francesa durante la Guerra de Independencia y ampliando sus funcionalidades durante el siglo XIX mediante la puesta en marcha del Colegio General Militar, capaz de acoger hasta 300 alumnos, o de una Academia de Matemáticas.
Sin embargo, apunta Lasso de la Vega, el edificio no destacaba por su solidez, dado que tenía "madera por todas partes" y tenía carencias estructurales como "la falta de bóvedas", y sufrió sendos incendios en 1858 y 1869 que lo dejaron prácticamente reducido a los cimientos.
El cuartel quedó condenado a un prolongado declive, a pesar de que recuperó un aforo superior a 1.720 soldados tras su reconstrucción y se mantuvo en uso: fue una checa durante la Guerra Civil y, más tarde, sede de la Guardia Mora de Francisco Franco.
El deterioro del inmueble hizo plantear su demolición, pero su destino cambió por completo en 1969, cuando el Ayuntamiento de Madrid lo adquirió para ubicar en él oficinas y dependencias públicas, así como una biblioteca y los archivos municipales.
Aunque el cuartel estaba en un estado "deplorable", se diseñó un ambicioso proyecto a largo plazo para devolverle su traza original y convertirlo en un centro cultural, encargado a Julio Cano Lasso e iniciado en 1981.
No obstante, la nueva vida del Conde Duque no obtuvo un impulso definitivo hasta 2005, cuando se aprobó el Plan Director que habilitó la renovación integral del edificio y su consagración a los usos culturales.
El Conde Duque, antaño construcción modélica e innovadora en el ámbito militar, es hoy un lugar efervescente entre cuyos muros palpitan música, teatro, cine o exposiciones artísticas, felizmente remozado para ocupar su vasto espacio con sonidos distintos a los de las bayonetas.