Fueron sólo 38 segundos, pero esos breves instantes cambiaron radicalmente la historia del país caribeño: cuando el 12 de enero de 2010 la tierra tembló en Haití y asoló la capital, Puerto Príncipe, las vidas de varios millones de personas, de por sí maltrechas por años de guerra y pobreza extrema, quedaron para siempre terriblemente afectadas. Varios cientos de miles de haitianos murieron inmediatamente después de producirse el seísmo, otros tantos quedaron atrapados en vida bajo los escombros. Algunas de esas personas que sobrevivieron milagrosamente han tratado de rehacer sus vidas. “Sobrevivir a un terremoto” es un reportaje de la BBC que narra varias historias paralelas de supervivientes que, meses después de la tragedia, muestran cómo es su día a día en una tierra que trata de resurgir penosamente de sus propias cenizas.
Todos los protagonistas de “Sobrevivir a un terremoto” son especiales: enterrados en vida bajo toneladas de cascotes, todos fueron en un principio dados por muertos. Sin embargo, todos fueron rescatados: un niño de tres años de edad, un músico, un estudiante y una familia cuya hija menor fue recuperada felizmente después de permanecer sepultada durante nueve días.
Ninguno superviviente es la misma persona antes y después del terremoto: ellos y sus familias interpretan lo sucedido como un milagro, como una especie de segunda oportunidad que la Providencia les brinda para reconstruir sus propias vidas y, por extensión, para refundar el futuro de Haití.
Sin embargo, “Sobrevivir a un terremoto” va mucho más allá de la simple narración de las experiencias personales de los supervivientes. Es un retrato sociológico de la sociedad haitiana, de sus carencias y de sus virtudes, un complejo collage de sentimientos, creencias y diferencias personales que revela por qué el terremoto ha provocado una mortandad y destrucción tan elevada en un país que no tiene infraestructuras ni servicios básicos para afrontar, no ya un desastre natural de gran magnitud, sino el simple día a día de su población. El reportaje muestra, por ejemplo, cómo la ancestral práctica del vudú es, después del seísmo, una causa de discordia entre quienes consideran que la prosperidad y el progreso de un país no puede quedar supeditada a una creencia supersticiosa que condiciona cada uno de los aspectos de la vida cotidiana. Tan grande como las grietas que se abrieron en la tierra de Haití a causa del seísmo es la fractura que existe en decenas de miles de familias haitianas que reinterpretan lo sucedido de manera radicalmente distinta: lo que unos contemplan como una dramática oportunidad para renacer y recomenzar, otros lo interpretan como una calamidad más que sumirá para siempre al pequeño país caribeño en la desgracia y la muerte como nación y como pueblo.