El barrio de Belém simboliza como ningún otro lugar la riqueza del imperio luso que, a final del siglo XV, mandó sus naves al descubrimiento de la ruta marítima a la India. Alfonso V patrocinó esa primera expedición, a la que sucedieron otras muchas. El Monumento a los Descubrimientos recuerda a los hombres que hicieron posible esa gesta: Vasco de Gama, Álvares Cabral, Fernando Magallanes...
Las expediciones fueron un éxito y las arcas portuguesas se enriquecían según iban llegando barcos a Lisboa. Otro de los momumentos más representativos de la ciudad, la Torre de Belém, es testigo de aquellos años de gloria. El monumento se utilizaba en el siglo XVI para la recaudación de impuestos de los barcos procedentes de ultramar. El río Tajo en su desembocadura parece un auténtico mar por la amplitud del cauce.
Además de la Torre de Belém, Manuel I mandón construir el Monasterio de los Jerónimos, un impresionante edificio que causaba admiración a todo el que llegaba a Lisboa.
Merece la pena mencionar también la enorme rosa de los vientos que se encuentra junto al Monumento a los Descubridores y que muestra gráficamente la importancia de Portugal en la época de los descubrimientos. Los sucesivos monarcas lusos.
Al margen de la historia, Belém también es famoso por los pasteles de nata que llevan su nombre. Una receta secreta, celosamente guardada y custodiada por tan solo tres personas.