Ángel del Río, cronista de la Villa de Madrid, nos cuenta que en los años 20, cuando comenzaron las obras de excavación del metro de Tirso de Molina, algunos trabajadores, durante la hora del almuerzo, empezaron a escuchar gritos y lamentos de ultratumba. ¡Miedito! Los trabajadores encontraron, en efecto, un esqueleto humano emparedado tras un muro. Sacaron el esqueleto, pero los gritos de auxilio continuaron.
Hay varias versiones para explicar este fenómeno. La más conocida dice que quien gritaba era el alma del emparedado. Ángel del Río sostiene que hubo aquí una ermita a la que los madrileños acudían para purgar sus pecados.
Muchos acabaron enterrados aquí, así que los gritos serían las almas en pena que se quejan de las obras del Metro, que perturban su descanso eterno. ¡Atención, usuarios! Si no fuera por el ruido de los vagones, tal vez escucharíamos aún los lamentos de aquellos infelices.