Lhardy y las novelas de Alejandro Dumas

Alejandro Dumas, el de Los Tres Mosqueteros, era un Jaime Peñafiel de la época, un corresponsal de crónica rosa que se sacaba un sobresueldo trabajando para la BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones).

Aterrizó en Madrid para cubrir la boda de Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, con el Duque de Montpensier. A Dumas le gustaba rodearse de criados exóticos, y se trajo a un etíope que llamó mucho la atención. Además del etíope, vino acompañado de otro “negro”, o “ayudante” literario. Se llamaba August-Jules Maquet y era tan ayudante, tan ayudante, que, probablemente, fue el verdadero autor de Los Tres Mosqueteros y de El Conde de Montecristo. Vamos, que eso de “¡Todos para uno y uno para todos!”, acaba con un “¡Todo para Dumas!”.

Justo al lado de la placa que recuerda el lugar donde se alojó Alejando Dumas, se encuentra el restaurante Lhardy, que es algo más que un restaurante. Entre sus cubiertos, servilletas y manteles se ha escrito la Historia de España. Aquí se han firmado tratados, se han deshecho gobiernos, se han planificado guerras, se han imaginado revoluciones, se ha expulsado a reyes y se han nombrado presidentes del Gobierno. Aquí nos encontramos con Miguel Ángel Almodóvar, periodista y experto en gastronomía, que nos habla de la Historia del Lhardy. ¡Todo un lujo!

El Lhardy sirvió su primera comida allá en el lejano 1839, en un Madrid que se movía lentamente a caballo y que se iluminaba a la luz de las lámparas de aceite. Reinaba entonces aquella incalificable reina llamada Isabel II, más preocupada por el yantar que por el gobernar.

El Lhardy fue el primer restaurante moderno de Madrid. La ciudad, sede de la corte y del gobierno de la nación, necesitaba un local a la altura de los grandes restaurantes europeos. La moda venía de

París y sus elegantes salones se convirtieron en el modelo a seguir.

La gran novedad que aportó a Lhardy a la hostelería española fue algo que hoy nos parece absurdo de puro obvio: ¡una carta de menú! ¡Qué idea! ¡Escribir en un papel los platos disponibles! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Hasta ese momento, las comidas se pregonaban a carta cantada, pegando voces. La oferta era de una inteligencia suprema. Platos de la distinguida cocina francesa, sin renunciar a la tradición madrileña. Ese fue su gran acierto. Convivían la más fina vichyssoise con unos castizos callos a la madrileña. El más delicado voulevant junto a un rotundo cocido madrileño. El éxito estaba asegurado.

Son numerosas las anécdotas que han ocurrido en este restaurante, protagonizadas por infinidad de personajes históricos: desde la reina Isabel II, hasta Mata-Hari.

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