Mi cámara y yo: Oficios en extinción

Pasan los años y aunque muchos oficios de toda la vida se han ido perdiendo, los hay que continúan gracias a unos cuantos nostálgicos y valientes. Esta semana nuestra reportera Cristina Pascual ha salido para buscar a los que han decidido ser fieles a una tradición y resistir.

Conocemos a Ángel y a su primo Carlos, dos cincuentones que después de vivir 20 años de la construcción tuvieron que retomar el antiguo oficio de piñoneros, un trabajo, sin duda, de altura. Lo aprendieron de sus padres y vecinos de Valdemaqueda, un pueblo madrileño conocido por magníficos pinos que alcanzan los 40 metros de altura. Hasta allí trepan con la única ayuda de un palo y unos ganchos para conseguir 50 céntimos por el kilo de piña. Un cotizado fruto que en el mercado puede llegar a alcanzar los 80 euros el kilo de piñón pelado.

Edvilio y Abel Vindel también son hermanos y continúan con un negocio familiar que temen, después de ellos, quede desierto. Se trata del cultivo y recogida de mimbre, un oficio que arrancó su abuelo en los años 40 en Cañamares, Cuenca, una zona que hoy sigue siendo la productora del 90% del mimbre que hay en España y que se exporta casi en su totalidad.

Antes era común que en estos pueblos además de cultivar, también trabajaran el mimbre, pero ahora solo queda un matrimonio conquense que lo haga. Con sus manos consiguen verdaderas maravillas, desde muebles a sillas, pasando por cestos e incluso maniquíes. Un arte que, muy a su pesar, también se quedará sin descendencia.

En Serrada de la Fuente visitamos a la última hilandera artesanal de la Comunidad de Madrid. Se llama Eugenia y a sus 76 años sigue trabajando la lana como lo hacían sus antepasados. Igual que Jesús, un amante de las tradiciones que quiso recuperar el “arreglo” de mulas, es decir, el arte de esquilar su grupa con motivos y adornos de lo más variopintos para lucir como nunca en la romería de la patrona de su pueblo.

Junto a ellos también conocemos a Dionisio, un afinador de cencerros de Candeleda, Ávila, que a sus 71 años sigue siendo reclamado por los ganaderos para reconocer así a su ganado; y a Javier, uno de los tres únicos carboneros que quedan en Madrid y el último del barrio de Tetuán. Nos cuenta que sobrevive gracias al carbón que guardan en la hostelería como el mejor de los secretos para sus carnes a la brasa.