"Los caballeros las prefieren rubias", la película que instituyó la polémica frase "hacerse la rubia"

En 1953, Howard Hawks decidió sentar cátedra en un espinoso asunto y decirle al mundo bien alto que “Los caballeros las prefieren rubias".

Hawks añadió así dos personajes más a su larga galería de mujeres que se manejan de maravilla en el mundo de los hombres, cada una en su inimitable estilo como fueron la Katharine Hepburn de “La fiera de mi niña”, la Rosalind Russell de “Luna nueva” o la Bacall de “Tener y no tener”. Lorelai y Dorothy son diferentes porque se dedican al show business, pero no tienen la mínima intención de que eso les desvíe de lo que se han marcado como ambición y destino. Marilyn Monroe y Jane Russell son de enorme ayuda para que el director ironice sobre los estereotipos femeninos en aquellos días.

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Esta es la película que instituyó la polémica frase “hacerse la rubia” en la cultura popular internacional y arraigó de tal manera que todavía se utiliza, aunque nada hay más falso en la realidad. Lo cierto es que la Monroe, para interpretar a la parte de pelo más claro de un dúo de cantantes y bailarinas de provincias con vocación de caza-fortunas, recreó el arquetipo con brillantez, pero, por ejemplo, esta frase no estaba en el guion: es de cosecha propia “Puedo ser inteligente cuando hace falta pero a la mayoría de los hombres no les gusta”.

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“Los caballeros las prefieren rubias” sigue con detalle las aventuras de estas dos bellezas en busca de una retirada honrosa y placentera, fundamentalmente a bordo de un trasatlántico, en las que intervienen unos cuantos varones bastante más bobos que ellas, un detective nada espabilado, una tiara de diamantes de quita y pon y unas fotos más o menos comprometedoras. Todo eso aderezado con diálogos tan afilados como divertidos y llenos de doble sentido y unos números musicales que han pasado a la historia porque no era para menos. Por cierto, en éste (“Bye, bye, baby”) hubo quien sugirió que se doblara la voz de la Monroe, porque le parecía que cantaba como si fuera tonta, se entiende que el concepto de lo sugerente no lo acababan de entender, y en éste otro (“Diamonds”) el vestido inicial que habría de llevar la actriz era de terciopelo negro con incrustaciones de pedrería simulando que ésta era una especie de diamante humano. Como, al parecer, revelaba demasiado, se sustituye por el icónico modelo rosa que todos recordamos.

La película está basada en un best seller de la incisiva y disimuladamente feminista Anita Loos, convertido en éxito teatral que Marilyn observó todos los días durante un mes para empaparse de la creación que de él hizo la genial cómica Carol Channing, que lo llegó a interpretar 740 veces. El rodaje no fue fácil porque, pese a que le mantenían sueldo de secundaria, Marilyn ya había demostrado su carisma y su calidad como estrella en la célebre “Niágara” y ese mismo año, remataría la jugada formando parte de uno de los tríos femeninos más legendarios del cine clásico. Y por tanto, se comportaba como la estrella que era. Howard Hawks no soportaba sus retrasos, que hacían que la producción fuera muy lenta y cuando los productores le preguntaron que se podría hacer para aligerarla, contestó: Despedir a Marilyn, recortar el guion y contratar a otro director”. Se le quitaron las malas pulgas cuando la crítica puso la película por las nubes y la película consiguió en taquilla más de doce millones de dólares de entonces. Había costado 2. Negocio redondo.

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Al parecer la única capaz de sacar a la Monroe de su roulotte cuando se ponía mohína era su compañera, con la que se llevó francamente bien.

Jane Russell, bella de Minnessota, ex secretaria de un médico por imposición y modelo por elección, cuando se quitó de encima a un padre obsesivamente estricto, fue descubierta por Howard Hugues que la convirtió en la estrella de una de las películas que mayor polvareda levantaron en aquellos días: El forajido, en la que para resaltar las excelencias físicas de la joven, el millonario puso a trabajar a su corte de ingenieros aeronáuticos para que diseñaran un sostén que realzara aún más su perfección natural y que posteriormente evolucionó hasta convertirse en el “cruzado mágico” y el “wonderbra”. El erotismo de la cinta levantó tanta polvareda, que se hizo mucho más popular de lo que merecían sus méritos. Tras algunos éxitos en comedias blancas a las que su presencia le puso un poco de sal y pimienta y alguna destacada intervención en el género negro, “Los caballeros las prefieren rubias”, fue el punto culminante de la carrera de una agradable actriz que no pudo ser madre, como deseaba, y dedicó sus esfuerzos a impulsar la primera agencia de adopción internacional, para ayudar a muchos matrimonios que, como el suyo, debían optar por ello para tener hijos.

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Como Marilyn empezaba en esos días a ser conocida, alguien le hizo notar que no era la verdadera estrella de la película, ya que Jane Russell, mucho más asentada, cobraba cinco veces más que ella. Con su deliciosa ingenuidad – digámoslo así – contestó: “Eso no es verdad ¿sabes por qué? Porque la rubia del título soy yo”. Y, desde entonces así fue y mientras la carrera de la morena fue en declive, la suya despegó meteóricamente y llegó al infinito y más allá.

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