"Canción de cuna para un cadáver" una película con muchas anécdotas

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Después del éxito de ¿Qué fue de Baby Jane?, a Robert Aldrich se le ocurrió entonar una Canción de cuna para un cadáver.

Película grande en éxito, en premios, en maldad, con auténticos villanos de libro, pero sobre todo en anécdotas. Como en la citada Baby Jane, Bette Davis y Joan Crawford tenían que compartir cartel. La segunda llego a filmar parte de su papel, pero no la veréis por ninguna parte. En su lugar, es Olivia de Havilland la que ayudará a una Davis transformada en terrateniente sureña un tanto trastornada, para que no la echen de su increíble mansión.

Bette Davis / Archivo

Siete candidaturas al Oscar logró “Canción de cuna para un cadáver” que fue esa película que todas las productoras de Hollywood querían hacer, después del enorme éxito de ¿Qué fue de Baby Jane? que había costado cuatro cuartos y había hecho millonarios muchos bolsillos. Fue la Fox la que se llevó el gato al agua con un proyecto diseñado por Robert Aldrich, el director de aquella, para volver a reunir a las resucitadas Joan Crawford y Bette Davis en una de suspense encarada tanto a los nostálgicos de aquellas estrellas como a los chavales que, desde “Psicosis” se habían aficionado a las emociones fuertes.

Pero Bette no estaba dispuesta a verse las caras de nuevo con aquella mujer que, al parecer había malmetido para que no lo dieran el Oscar que merecía por componer a una niña grande de dorados rizos y aterrador rostro. Pidió ser coproductora del filme, lo consiguió y así comenzó a desarrollarse una venganza cocinada a fuego lento contra su compañera de reparto que, ajena a tanta inquina, finalizaba un viaje de trabajo como accionista de Pepsi, y se montaba en un avión rumbo a Baton Rouge donde tenía lugar la filmación.

Una canción de cuna para un cadáver / Archivo

Cuando llegó no había nadie esperándola. Simplemente se había traspapelado su orden de recogida. Al llegar al hotel donde se hospedaba todo el equipo, tras esperar una hora a que le prepararan su suite, al abrir las ventanas descubrió que le había tocado una con vistas al basurero. Molesta, pero profesional como siempre al día siguiente rodó su llegada a la mansión en la que su trastornada prima, el personaje de la Davis, batalla con los fantasmas de un pasado en el que brilló como gran dama, hasta que un terrorífico acontecimiento volvió su vida del revés.

Una canción de cuna para un cadáver / Archivo

Hizo un complicadísimo plano secuencia en una sola toma, recibió aplausos del equipo y se fue a su rulot a descansar. Cuando despertó ya de noche, todo el mundo se había marchado y se habían olvidado de ella. Ante el nuevo desaire, pidió un taxi y se marchó directamente a un hospital para ingresar por una supuesta neumonía que paralizó la filmación varias semanas. Ya se había dado cuenta de que la coproductora del filme estaba intrigando entre bastidores. Tanto que, en su lecho de dolor se enteró por la radio de que había sido sustituida por Olivia de Havilland, colega de la Davis a la que, sin embargo tuvieron que ofrecer un talón con muchos ceros para que abandonara su dorado retiro en Suiza. La venganza fue implacable y se sirvió fría. La Crawford, humillada, se dio a la bebida y jamás volvió a levantar cabeza y los demás continuaron con sus vidas.

Joan Crawford / Archivo

Como permitió el holgado presupuesto, actores tan competentes como Agnes Moorehead, ganadora del Globo de Oro y candidata al Oscar por el filme, el bueno de Joseph Cotten, los jóvenes con posibles Bruce Dern o George Kennedy y la veterana Mary Astor, siempre recordada como la femme fatale de la legendaria “El halcón maltés”, le buscaron vueltas y dobleces a sus personajes sin prisas. La película no tuvo la acogida de su predecesora, pero triplicó en taquilla la inversión, fue elegida entre las mejores del año en los Oscar en las categorías de actriz secundaria, fotografía, decorados, vestuario, montaje, música y canción original, que la propia Bette, con las escasas dotes que el cielo le concedió para ello fue interpretando por los shows televisivos del momento para promocionar el filme que, y ahí viene la justicia cósmica que, a veces hasta funciona, fue el último verdaderamente importante de una brillante carrera que a partir de ese momento se diluyó como un azucarillo, igual que la de Crawford.

Canción de cuna para un cadáver / Archivo

La industria, consciente del acoso psicológico al que había sometido a su compañera la dejó fuera de las candidaturas a los premios de la Academia, y eso que su retrato de la degeneración de la nobleza sureña que mucho tuvo y todo lo perdió fue verdaderamente brillante. Tanto remar para, al final, quedarse en la orilla.

Sabido es que Bette Davis no tenía muchas amigas, porque las mujeres le gustaban poco, y mucho menos amigas actrices. Lo más parecido a eso se llamó Olivia de Havilland. Que parecía una manzanita americana, pero también tenía su carácter. Bette, consciente de que cuando fueron compañeras de jóvenes le había hecho unas cuántas trastadas, estaba aterrada porque en una escena Olivia le tenía que dar un bofetón y podría aprovechar la coyuntura para quedarse a gusto. Y lo temía con razón. Tenía que soltarle un solo soplamocos y le arreó seis y continuó como si nada hubiera ocurrido.

Y es que con amigos así… ¿quién quiere enemigos?.

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