Detalles de Antonio Grande y oda a la vulgaridad en la 21ª de San Isidro

Las escuelas taurinas son un caladero de personajes tan variopintos como barrios tiene la urbe. El chico educado en colegio de monjas que acude bien vestido y suele llevar sus trastos, pero también el calorro con gusto en las muñecas y mala baba en el verbo. Ellos acostumbran a tener una personalidad que exponen con las becerras y que, si su maestro lo cree conveniente, muestran después con los machos. El lastre es ese conjunto vacío plagado de chavales con nula cultura taurina y con escasa afición.

Hoy día, el traje de luces se ha convertido en un reclamo para decir en una terraza que eres torero. Con suerte, esa terraza es la de Las Ventas y entre bengala y botella puede que alguno pille cacho. De torear ni hablamos. La vulgaridad es el eje central del toreo moderno, por eso Pablo Aguado es algo así como una goma de borrar que limpia nuestra mente de tanto pegapases aburrido y sin afición.

Ahora son las bernadinas, chicuelinas, saltilleras y espaldinas las que mejor cotizan en el Todo a 100 taurino. Las luquesinas pasaron a mejor vida y los naturales con la suerte cargada y el pecho por delante son un metal preciado sin valor de mercado.

Juanito es un novillero joven que ya va acumulando fechas en el currículum, pero que no termina de disparar. Por tercer lunes consecutivo, un lote orejero y, con todo el respeto, facilón pasó por delante de las narices de los 16.581 valientes que se acercaron a la plaza. Y se las llevó puestas al desolladero sin llegar a conectar con el tendido. Mala praxis conceptual que rechina después de seis paseíllos en Las Ventas y escueta evolución técnica y, sobre todo, emocional. Son novilleros, no figuras del toreo.

Personalidad sí tiene Antonio Grande, que llegaba a Las Ventas con la aureola de novillero a tener en cuenta. La mayor parte del público asistía virgen a su debut en Madrid, y novicio está el torero con el percal y los aceros. Con la muleta quiere torear y tiene ese concepto que, bien madurado, puede dar que hablar en esta fiesta que amenaza con renacer. Su ansia por triunfar le hizo ponerse pesado, pero en los inicios es mejor pecar de ganas que de desidia. Siempre y cuando aquello tenga un porqué. Antonio Grande lo tiene, paciencia con él.

Diego San Román completaba la terna y se estrelló ante dos mansos declarados de Fuente Ymbro. Se llevó al hotel dos angustiosas cogidas que, por obra y gracia de alguien con buena fe, se quedaron en un susto. Lo intentó de todas las maneras, se afanó en pegar muletazos de nula calidad pero que suelen encender la mecha triunfalista en los públicos de lunes. Pero no, ni por la vía de la temeridad consiguió el mejicano llegar a los tendidos. Mató muy bien al sexto, encerrado en tablas. Lo mejor de su actuación.

Esta tarde, vuelven las corridas de toros. De Elche de la Sierra llegan los astados de Las Ramblas; de Burgos, Morenito de Aranda; salmantino es Juan del Álamo y de Llerena es Tomás Campos. Ellos tres serán los encargados de darles lidia y muerte.

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