Puerta grande para el sólido toreo de Miguel Ángel Perera

El diestro extremeño Miguel Ángel Perera abrió hoy la Puerta Grande de la plaza de toros de Madrid después de cortar tres orejas que premiaron su valor y su sólido toreo en una de las corridas de más interés del abono de San Isidro.

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Victoriano del Río, de buena presencia en conjunto y de juego dispar: desde la clase y la profundidad de segundo y tercero al peligro y la aspereza del cuarto. Y un sobrero de Zalduendo (1º), sustituto de un titular devuelto por descoordinado de movimientos, serio y rajado.

El Juli: estocada tendida muy trasera (silencio); pinchazo y estocada trasera desprendida (palmas).

José María Manzanares: pinchazo y estocada (ovación); estocada (silencio).

Miguel Ángel Perera: estocada trasera (dos orejas tras aviso); estocada desprendida perpendicular (oreja tras aviso). Salió a hombros por la Puerta Grande.

Entre las cuadrillas destacaron el picador Paco Doblado y Juan Sierra, que saludó en banderillas, ambos en la lidia del tercero.

La plaza presentó un lleno de "no hay billetes", en el decimoquinto festejo del abono.

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PERERA SE REIVINDICA A LO GRANDE

La corrida de hoy tenía sobre cualquier otra circunstancia el interés, y el morbo, de reunir en el mismo cartel a tres de los cinco toreros que este invierno se negaron a actuar en la plaza de toros de Sevilla.

Ante la fuerte polémica suscitada en los medios taurinos a lo largo de los últimos meses, los tres estaban obligados a reivindicarse y a justificarse hoy en la feria de San Isidro. Y fue sólo Miguel Ángel Perera quien consiguió dejar su nombre en alto, después de un rotundo triunfo de tres orejas y la consiguiente salida a hombros de Las Ventas.

El torero de Badajoz se justificó en su orgullo con auténtica rotundidad, como rotundo y sólido fueron el toreo que le hizo al tercer toro de la tarde, uno de los dos destacados de la corrida, y el alarde de valor que hizo ante los cabezazos defensivos del sexto.

De dos orejas fue ya su faena al primero de su lote, un toro algo basto de hechuras al que hizo con el capote uno de sus largos quites habituales, compuesto de cuatro chicuelinas, otras tantas cordobinas y una excelente revolera.

Aunque pareció apuntar cierta querencia a tablas, el ejemplar de Victoriano del Río comenzó a sacar su verdadero fondo de bravura en las primeras series de muletazos con la derecha, cuando, sin quitarle nunca el trapo de los ojos, empalmando los pases, Perera comenzó ya a calentar el tendido.

El momento cenital del trasteo fue una soberbia serie de naturales, muy intensa y recreada, en la que el toro perdió gas pero no su profundidad, lo que hizo más patente el sólido mando del matador sobre las embestidas.

Aún intentó alargar Perera un trasteo que no daba para mucho más, pero que remató pronto para volcarse en el morrillo con una estocada trasera aunque contundente.

Con la salida a hombros asegurada, Perera todavía echó el resto con el sexto de la tarde, que ya se paró después del ajustado pase cambiado por la espalda con que el extremeño abrió el trasteo de muleta.

Pero, más que pararse, lo que hizo después el toro fue defenderse a cabezazos, con una brusquedad que no amilanó a Perera, aplomado en la arena con la misma solidez para robarle los pases y, finalmente, alardear de valor entre sus pitones antes de cortarle el tercer trofeo.

El otro buen toro de la corrida fue el segundo, el más terciado de los seis, y le brindó a José María Manzanares una larga serie de embestidas de calidad.

Con el público dividido entre los que le afeaban la falta de ajuste en los embroques y los que jaleaban la estética ligazón de los pases, el torero de Alicante se alargó en una faena de altibajos pero con momentos muy templados con la mano izquierda. Con el quinto, excesivamente castigado en varas, no tuvo opción.

El Juli, líder moral de la "rebelión" contra la empresa de Sevilla, tuvo un lote pésimo. Si su primero, el manso sobrero de Zalduendo, le volvía grupas cada vez que le presentaba la muleta, el titular de Victoriano del Río tuvo un áspero temperamento que el torero de Madrid se empeñó sin éxito en apaciguar en un esfuerzo visible pero infructuoso.