36 Años sin respirar el humo del habano de Groucho Marx

  • Su epitafio resume su sarcástica existencia: "Disculpen que no me levante"
  • "Como sigas cumpliendo años te vas a morir", le dijo Marx a un amigo el día de su aniversario
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Locuaz, hilarante y atrevido. Capaz de gritar la verdad ante una sociedad sorda que se reía con sus travesuras dialécticas, el cómico estadounidense Groucho Marx celebrará el lunes 36 años como miembro del único club que le abrió las puertas sin pretextos: el cementerio.

"Como sigas cumpliendo años te vas a morir", le dijo Marx a un amigo el día de su aniversario. Genial hasta su último aliento, su dinámica y venenosa verborrea lleva silenciada 36 años, pero aún es fuente de inspiración para los nuevos cómicos.

"He tenido serias dudas sobre la vida antes de la muerte", decía el propio Marx (1890-1977) en una de sus últimas apariciones televisivas en 1973, cuando Bill Cosby le preguntó sobre sus creencias religiosas.

En aquel entonces, y a sus casi 83 años, el cómico demostró con sutileza por qué se había convertido en una leyenda viva del humor, una palabra que reconoció no saber exactamente qué significaba.

SUS PRIMEROS PASOS

Nacido en Nueva York el 2 de octubre de 1890, en el seno de una familia judía, Julius Henry Marx fue el cuarto de seis hermanos. Junto a ellos, inició su andadura profesional y se subió a las tablas de los más oscuros escenarios de la Costa Este.

Tras unos cuantos triunfos en Broadway, Los hermanos Marx decidieron sumarse al cine sonoro y explotar su ingenio lírico. Sin mostrar ápice alguno de respeto por la industria, el cuarteto se encontró con el productor Irving Thalberg, una de las personas más poderosas de los estudios de cine y a la que doblegaron con su humor.

Fruto de esta unión, nacieron dos de los filmes más reconocidos de la banda: 'Una noche en la ópera' (1935) y 'Un día en las carreras' (1937).

Capaz de tallar su nombre en la historia cinematográfica antes de fallecer, Marx fue un genio del séptimo arte que arrastró el género humorístico hasta unas alturas que muy pocos habían alcanzado antes.

Una vis cómica inteligente y perspicaz y, una imagen dominada por aspectos fácilmente reconocibles, fueron las claves del éxito para este neoyorquino, que conoció el éxito gracias a su interpretación en la obra 'Cocoanuts' en Broadway.

SEÑAS DE IDENTIDAD

El puro habano, las cejas gruesas, las gafas y un gran bigote fueron las señas de identidad de ese humor transgresor que no respetaba el orden establecido. Sin embargo, serían las locuciones esplendorosas y los juegos de palabras los que lo definieron como un genio difícil de imitar.

Unas frases épicas que se han convertido en 'leitmotiv' de revoluciones, himnos de una peculiar forma de entender la vida en el que no hay tiempo para el mañana. "¿No es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillonario Smith? ¿No? Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted.", decía pícaramente este apasionado de las mujeres.

Un estilo en el que el sarcasmo y la ironía protagonizaban cada escena. El amor, la política, la crítica social y el dinero fueron las principales temáticas que Marx trató con maestría.

"Disculpe que les llame caballeros, pero aún no les conozco bien", dijo en una ocasión este genio rebelde que siempre fue fiel a su nombre artístico, procedente de la palabra anglófona 'grouch', que significa gruñón. "Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!", lamentaba Groucho Marx, Óscar honorífico en 1974, en una de sus citas más célebres.

El actor lo consiguió todo. Viajó "de la nada a la miseria extrema", como reconoció en una ocasión, pero sobre todo bramó por la verdad, siempre camuflada con humor, en un periodo en el que no todos se atrevían a confesarla.

Siempre se mantuvo fiel a sí mismo, aunque reconocida es la frase de "estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros", como una forma de denunciar la hipocresía en las altas esferas.

Groucho Marx falleció el 19 de agosto de 1977 en Los Ángeles por una neumonía a la edad de 86 años sin dejar, en ningún momento, de dominar la palabra.

Su epitafio, no obstante, resumen de su sarcástica existencia, "Disculpen que no me levante", jamás se llegó a grabar en su lápida, ya que su familia prefirió no hacerlo, y se convirtió en una cita más de su genio.